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Yo no deseo volver a la normalidad, deseo que se cree una nueva normalidad. Porque al fin y al cabo: ¿si es una norma porque no podemos transformarla?

No deseo volver a un mundo donde vivimos corriendo persiguiendo un pedazo de papel que nunca nos dejará satisfechos.

Prefiero vivir una nueva normalidad donde ayudar al otro sea parte de los valores, y no una excusa para hacer una nota que llene de vanidad a un programa televisivo y saque una lagrima de una mujer en su barrio cerrado.

No deseo volver a una normalidad donde la experiencia se gana con autohumillación; donde la entrega se trata de mera individualidad.

Prefiero vivir una nueva normalidad donde el colectivo persiga objetivos comunes en lugar de pelearse por las palabras que se le imponen al día a día.

¿Para que volver a la normalidad donde el rico tira a la basura lo que le sobra para que el pobre urgue en ella buscando algo de comer?

Es preferible una nueva normalidad. Una donde la dignidad no dependa del dinero. Donde los éxitos no se midan por el modelo de automovil estacionado en tu cochera. Muchos menos por la cantidad de pisos que tiene tu casa. Más bien nos serviría una normalidad donde midas los logros por cuanto hemos hecho por ayudar a los demás.

Me decían que es normal el odio. Que es normal que la gente se trate mal. Que es normal que el hijo del padre tenga futuro, y el que nace «guacho» no tenga derecho a una vida digna.

También me decía que es normal que un país invada a otro, que le declare la guerra. Que la vanidad es humana. El egoísmo es natural. Que el «salvese quien pueda» es la regla de la madre naturaleza. Pero con solo pensar en el sistema -como una estructura de reglas que nos hace vivir como vivimos- se descubre que es mentira.

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Que la «normalidad» no es más que una «norma» que se impone. Y por ende, se puede cambiar. Por leyes, por costumbres, por la fuerza. Que la ley se escribe pero puede cambiar. El lenguaje tiene sus modos, pero puede cambiar. Que la manera en que vivimos es «normal», pero puede y debe cambiarse.

Porque yo no veo nada de normal que para que una persona -en vaya uno a saber donde- pueda tener 5 BMW en su cochera, más de 10.000 tengan que ganar sueldos miserables que los deja vivir pero jamás salir de ese circulo vicioso.

Porque yo no veo para nada normal que nos digan «somos el campo» cuando deforestan los bosques nativos para el cultivo de una planta que está destruyendo las riquezas de todo el planeta. No veo donde existe «la norma» que merece respeto cuando la riqueza se hereda, se impone o se roba. ¿Esa es la normalidad del mundo en que vivimos?.

Estamos frente a una oportunidad histórica, similar a los tiempos de la Revolución Francesa. Esa que incluso llegó a la Rusia Zarista.

Parecidad a la de los tiempos de la independencia americana. A la de la caida del imperio romano. Todos momentos históricos donde la sociedad comenzó a cuestionar justamente eso: la normalidad.

La normalidad de los excesos de la monarquía, la normalidad de los excesos de las oligarquías y terratenientes, la vanidosa normalidad que nos somete a un futuro incierto… para quienes quedan fuera de lo que esa norma llama normal.

Esos tiempo están aquí. Esta pandemia es la guerra que no nos enfrenta, sino que tiene que unir. Es la guerra que este sistema necesitaba para licuar sus deudas. Pero también es la guerra que ha impuesto el miedo sobre todas las sociedades del mundo como una herramienta de inspección. Y no se trata de ser anticuarentena, terraplanista, mucho menos antivacunas… sino de descubrir que a partir lo sucedido, es imposible que no cuestionemos más la realidad.

Esa asquerosa normalidad donde vemos a nuestros supuestos representantes vomitando odios para que nos enfrentemos entre nosotros. Vomitando enemistades para separarnos. Vomitando frustraciones que no conocen, porque son ellos los que tiene esa materialidad que nos somete.

Y no se trata de nombres. Los nombres son parte de esa normalidad que debemos abandonar. Cada cuál sabrá donde está parado y hacia donde va. Pero lo que si es innegable, es que el mundo actual no va más. No va más la desigualdad, ni la injusticia. No va más el odio ni esa oxidada normalidad.

Será tiempo de reescribir los cimientos de la sociedad, tanto nacional como mundial, para que en el futuro, deje de ser normal que unos mueran por comer en exceso y otros de hambre. Que el planeta languidezca para que el 1% del mundo siga viviendo la fiesta de su normalidad.

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