Vivir en el Siglo XXI implica vivir en un mundo de dos vidas, con una doble identidad, que no necesariamente son las mismas ni se parecen y muchos menos son reales. Pero ¿por qué?

Los individuos en la sociedad del siglo XXI poseemos dos identidades (al menos). Por un lado, la identidad material, esa que encontramos en la carne, en lo táctil, en lo registrado por el propio DNI.

Por otro lado, tenemos una identidad digital, esa donde plasmamos la realidad que queremos mostrar o que podemos.
En tiempos donde existen dos identidades es de suma importancia comprenderlo en su sentido más complejo.

Sobretodo, entender que Internet no nos da derecho al olvido. Aún cuando legalmente existen medidas que -supuestamente- garantizan un proceso para que se eliminen nuestros datos de la nube, la replicación y la firma de contratos muy extensos que muy pocas personas leen, hace que el «derecho al olvido» sea una utopía cada vez más lejana.

Ante esta realidad, debemos tener conciencia de que publicamos. Al igual que lo hacemos cuando hablamos personalmente con nuestro pares, debemos cuidar lo que decimos, lo que mostramos, lo que grabamos, lo que publicamos.

Pero -en este sentido- se vuelve más complejo, puesto que en la nube la memoria es sumamente activa.

Más aún cuando existen algoritmos que son capaces de detectar nuestro rostro e identidad. Incluso cuando estamos de espalda -en cierto casos- pueden  localizar el movimiento de nuestro cuerpo y asociarlo a una persona.

Ante ésta realidad que se nos presenta tanto como una virtud como un peligro; la prevención y la conciencia se transforman en un bien de suma importancia. La privacidad se vuelve un bien preciado.

En tiempos de posverdad, donde no importa que algo sea verdad sino que se crea como tal, no proteger la privacidad de manera adecuada puede llevar al caos tanto personal como colectivo.

Ya vimos casos de personas con excelentes aptitudes que fueron denigradas por viralizaciones de hechos de la vida privada.
Incluso, se han manipulado elecciones en distintos países como Estados Unidos y Argentina, con este tipo de algoritmos que utilizan lo que publicas para «agradarte» según tus valores.

Veasé como ejemplo:

El poder de los algoritmos de la web 3.0, sumado a la violación de la privacidad de los individuos, colectivos y organizaciones, ponen sobre la mesa un debate sumamente complejo que deja sobretodo un interrogante: ¿hasta dónde llegará?
Desde la creación de Fakes News (las cuales , creo, han arruinado la labor periodística en su más amplio arte) hasta el hackeo de celulares personales para incriminar y difamar (algo que tristemente he padecido más de una decena de veces), se han vuelto herramientas que nos obligan a repensar la temática de la privacidad como algo fundamental en la vida humana.


Fotos: 364/">Stux


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