Era sábado 22 de noviembre, día de mi natalicio numero veintiocho. Caminaba por las calles céntricas de San Luis, capital con mi padre; quien –benévolamente- se había ofrecido a comprarme un regalo de mi agrado. Frente a tan bella actitud, no existían motivos de negación posible. Transitando la nueva peatonal, nos encontramos con un hombre pulcro y tranquilo que tomaba un café junto con cuatro individuos. Parecía uno de los tantos puntanos que viven en estas tierras, pero no era uno más. Brillaba. Algo distinto tenía. Y esa sospecha no fue vana. Era Claudio Poggi, el gobernador de la Provincia. Tomaba su café esperando un evento que daría comienzo en unas horas en la Plaza Pringles y que el mismo presentaría. Al verlo quede atónito, por su simpleza, pero sobre todo por el valor simbólico del hecho. No había personal de seguridad cercano, no había gente intentando agredirle (ya sea física o verbalmente). Estaba ahí. Sentado. Con la conciencia tranquila. Como si fuese uno más. Como si no tuviese la importancia pública que tiene. Y no pude evitar imaginar la misma situación en provincias vecinas como Córdoba, Mendoza, Santa Fe. Me parecía imposible, pero no lo era. Estaba sentado ahí con la templanza de un hombre que nada tiene que ocultar. Hay un dato que hacía de mi perplejidad algo más certera: en San Luis, Capital gobierna el Kirchnerismo. Fiel oposición al gobierno de Poggi. Y aún así, parece que los reproches a sus gobiernos son menos que sus virtudes. Porque no vi caras observándole con desagrado, mucho menos intentos de escraches. Estábamos parados horas del mediodía viendo un hombre que hacía política con el ejemplo. Porque no existe mayor ejemplo de tranquilidad que ir a tomarse un café en pleno centro de la ciudad. Solo pude observar a un hombre que sé que aún duerme la siesta, que intenta estar en todos lados. Un político tranquilo que al ver a mi padre, recordó que es concejal de la Ciudad de La Toma, lo miro con certeza y dijo:
– Eh! ¿Cómo anda, La Toma? ¡Vamos, La Toma!